17 noviembre, 2010

Otoño


Hace tiempo, cuando era adolescente, iba a poner pequeña pero esa no era la palabra adecuada,  tuvimos que escribir un relato en clase sobre el Otoño.

Aún recuerdo aquella profesora que tuve de literatura, leyó mi relato y dijo que por favor no dejase de escribir, aún la recuerdo diciéndome que quería leer más, todos los días me animaba a escribir, poesía, prosa, lo que fuese, ella lo leía todo.

Creo que gracias a ella pasé una época, que no fue corta, que escribía mucho, escribí cuentos, escribí historias inventadas, algunas basadas en la realidad, tristes, alegres, cosas sin sentido, escribí de todo, pero hace unos pocos años, quizás 3 ó 4 dejé de hacerlo, dejé de permitir a mi imaginación volar y la aparté en un rincón del cual ahora no quiere salir, no la culpo, son cosas que hay que alimentar y yo a estas alturas la he matado de hambre.

El caso, es que aquel primer relato que escribí, era para un concurso en el cual quedé finalista, que por cierto, ya era mucho más de lo que aspiraba al ser la primera vez que me enfrentaba al papel en blanco. Cuando vaya a Madrid lo buscaré, a ver si os lo puedo poner aquí, no es bueno, ni mucho menos, pero aquel relato fue especial, no era sobre el Otoño aunque lo pareciese, era sobre mi abuelo.

A mi abuelo le encantaban estos días de hojas secas, de naranjas, de tonos tierra, de lluvias repentinas, vientos y sobretodo, porque era la época en que viajaban para vernos. Recuerdo que nos esperaba en la parada del autobús a la salida del cole con el bastón en una mano y la otra llena de moras que había cogido por el camino, con los dedos negros de tanto sostenerlas hasta que bajásemos. Otras veces eran castañas, otras simplemente un abrazo.

Hoy hace un día típico de Otoño, con sol, con frío, con hojas secas en los árboles esperando caer, con sensación de esperar el invierno, que se asomará en cualquier momento por cualquier esquina y ver los árboles desnudos y sentir más frío aún. Los días como hoy, sonrío por él, porque no le dije muchas cosas que le podría haber dicho, porque se fue muy pronto, mucho más de lo que todos esperábamos. 

Porque para mí, de mis cuatro abuelos fue el mejor, sin duda, el que nos leía a mi hermana y a mí cuentos por las noches, aunque a veces se los inventase y no se le diesen muy bien. El que cada vez que íbamos a su casa tenía preparado un menú distinto para cada uno, con las cosas que nos gustaban, pasando toda la mañana en la cocina, y siempre siempre compraba pistachos para todos que desaparecían en un santiamén. Aquel que echaba tanto vinagre a la ensalada o a los boquerones que hasta raspaba la garganta mientras los comíamos, pero a él le encantaban y lo disfrutaba.

Era un poco cascarrabias, y creo que algo he heredado de él por mucho que me moleste que me lo digan, ya podía haber sido otra cosa y no su mal genio. Lo recuerdo haciendo crucigramas en el sofá, en el salón, echándole la bronca a mi abuela porque lo había hecho todo mal. Él fue quien nos enseñó a montar en bici, quien le quitó los ruedines con ese parkinson que no sabíamos si iba a atinar con las tuercas, pero él fue quien estuvo allí cuando nos caímos para ayudarnos a levantar.

Para mí el Otoño es él, son sus recuerdos, hasta puedo sentir que está aquí a mi lado, mirando por la ventana mientras escribo, viendo las hojas caerse.

2 comentarios:

maba dijo...

todos tenemos o deberíamos tener un abuelo similar..

son recuerdos maravillosos.. aunque dejen un poso de nostalgia...

besos

Kat dijo...

Yo creo que todos deberíamos tenerlo, aunque no es así, tampoco todos los padres son como han sido los míos... por ejemplo D. no ha tenido la suerte de tener todo lo que cuento, de hecho por eso los días especiales para el no son tan especiales...

Eso sí, con el tiempo haré que se vuelvan especiales :D (es uno de mis retos, jajaja)

La nostalgia si es así, yo creo que siempre es buena.

Besos!